Cómo ya comenté en el pasado post sobre la inteligencia de las cobayas, estos animales aunque no son un portento de inteligencia, tampoco puede decirse que sean tontas del todo. Distinguen a unos humanos de otros, se aprenden caminos recorridos habitualmente y el sonido que precede a la comida entre otras cosas.
Las peques en su esquinita redeadas de heno |
Me explico: siempre que les traigo pimiento o algún otra vegetal, les doy tres trozos más o menos iguales, uno para cada cobaya. Está tan asumido, que cuando doy el primer trocito, las otras dos cobayas en lugar de intentar quitarselo a la tercera (que sería lo esperable) se acercan a mi con actitud pedigüeña a reclamar su pimiento. Y si el pimiento tarda en llegar empiezan a vocalizar para pedirlo.
Pero no sólo reclaman equidad en cuanto a los trozos de pimiento, también en la cantidad de caricias. Y aquí nos sobreviene un drama diario. Esto que voy a contar lo he observado en Mostaza.
Mostaza es una cobayita celosa en cuanto a caricias se refiere. No acepta de buen grado que se acaricie al resto de cobayas, y mucho menos en su presencia. Es frecuente que mientras acaricio a Choco y Canela se acerque a toda velocidad para pegarnos (sí, a mi también, seguramente porque me pilla en medio). De manera que hay que acariciarla a ella primero y preferiblemente bien lejos de las otras cobayas para que no tome represalias. Lo mejor es agarrarla y dedicarle unos minutos sólo a ella, lejos del resto. La verdad es que da mucha ternurita, porque lo agradece muchísimo.
Choco y Canela no tienen esos impulsos celosos y agradecen las caricias sin menospreciar que otra cobaya también pueda ser acariciada y disfrutarlo. Gordi era como Mostaza pero en modo exagerado. La probre Choco se llevó un montón de golpes por esta misma razón.